Don Quijote en Rusia
Unamuno afirmó que los países que mejor habían comprendido Don Quijote fueron Inglaterra y Rusia. Es cierto que en el país eslavo gozó de un gran prestigio, difusión e influencia literaria, pero también lo es que en sus autores más eminentes, como Dostoievski o Tolstoi, el verdadero don Quijote es el del último capítulo, Alonso Quijano, el Bueno.
Como cuenta Vsévolod Bagno en El Quijote vivido por los rusos (Madrid: CSIC — Diputación de Ciudad Real, 1995), ya Pedro I había leído la obra, como se deduce por una anécdota incluida en Relatos de Nartov sobre Pedro el Grande:
- El zar, partiendo hacia Dunkerque, al ver un motón de molinos se rió y dijo a Pavel Yaguzinski: «Si estuviera aquí Don Quijote, tendría mucho trabajo».
A mediados de siglo la apertura del país a Occidente permitió un conocimiento mayor y menos selectivo de la obra de Cervantes. El científico y escritor Miguel o Mijaíl Lomonósov poseía un ejemplar del Quijote de la traducción alemana de 1734. Vasili Trediakovski en su Diálogo entre un extranjero y un ruso sobre la ortografía vieja y nuevaa pesar de sus extraordinarias aventuras», y no encuentra en la literatura rusa nada semejante. Sumarókov distinguió en su artículo «Sobre la lectura de novelas» (1759) el Don Quijote de toda la avalancha de novelas de aventuras que cayó sobre Rusia, valorándola como una excelente sátira. Alexander Radíschev, en una de las obras maestras de la literatura rusa del dieciocho, Viaje de San Petersburgo a Moscú (1790), compara uno de los acontecimientos del camino con la batalla entre el héroe y el rebaño de ovejas. En otras obras suyas aparece más patente esta huella. Vasili Liovshín hizo caminar a un caballero con un sanchopancesco amigo en Las horas vespertinas, o los cuentos antiguos de los eslavos drevlianosAnísimich. Un nuevo Don Quijote; el fin habitual de estas obras era «poner en claro las mezquinas pasiones de la hidalguía rural». recomienda que los diálogos sean tan naturales como los que sostenían el caballero andante Don Quijote y su escudero Sancho Panza, « (1787). A fines del XVIII hay un quijote que pasa de una tontería (así se dice) a otra también en una novela anónima,
El fabulista Iván Kirílov compara en una carta de su Correo de los espíritusRozlav de Kniaznin con el Caballero de la Triste Figura; en otros pasajes queda claro que lo tenía por una antihéroe, aunque con grandes ideales. I. I. Dmítriev compuso la primera obra inspirada en el personaje, su apólogo Don Quijote, donde el quijotismo es interpretado como una extravagancia. Nada menos que la zarina Catalina II encargó una selección de los refranes de Sancho y compuso un Cuento sobre el tristemente famoso paladín Kosometovich para ridiculizar el quijotismo de su enemigo Gustavo III de Suecia; es más, se representó una ópera cómica inspirada en este cuento, Tristemente famoso paladín Kosometovich (1789), con música del compositor español Vicente Martín y Soler, que vivió en San Petersburgo durante los años de su mayor fama. En ella la huella de la iconografía cervantina es patente. al protagonista de la tragedia
En el XVIII y XIX los intelectuales rusos leían Don Quijote preferiblemente en francés, o incluso en español, y anteponían las traducciones extranjeras a las versiones en ruso, hechas sobre esas mismas traducciones y no de forma directa desde el original; el libro era tan común que se podía encontrar al menos uno en cada pueblo, según el citado Dmítriev. En ello no tenía poco que ver el desdén general por la lengua rusa, hasta que Pushkin le dio un verdadero rango literario.
En la segunda mitad del siglo XVIII aparecieron en ruso dos versiones incompletas y traducidas del francés; la primera es de 1769, desde la traducción francesa de Fillot de San Martin, y fue realizada por Ignati Antonovich Teils, profesor de alemán en una escuela militar para cadetes de la nobleza; aunque se le considera mujeriego en la aventura de la venta con Maritornes, del un ojo tuerta y del otro no muy sana, y habla de sus «fecundas tonterías», alcanza a veces a ser adecuada. La siguiente fue a partir de la adaptación francesa de 1746 y fue realizada por Nicolai Osipov en 1791; es una versión además enriquecida con escenas que Cervantes no escribió jamás y se trata en general de una adaptación muy chabacana. En cada biblioteca rusa era uno de esos libros imprescindibles, ya en francés, ya en la traducción desde el francés hecha por el prerromántico Zhukovski o Zkovski. Por entonces se entendía al protagonista como un personaje caricaturesco, pero pronto asomó la interpretación germánica romántica.
M. N. Muriátov se identifica a sí mismo con Don Quijote como consecuencia de sus desilusiones y sus razonamientos sobre la separación de la realidad y los ideales, y lo muestra en sus cartas a su hermana F. N. Lunina; la interpretación dieciochesca no es, pues, la única. También existe un interpretación sentimental en La respuesta a Turgéniev (1812) de Konstantín Bátiushkov, uno de los más importantes poetas rusos y precursor de Pushkin, donde Don Quijote «pasa el tiempo soñando / vive con las quimeras, / charla con los fantasmas / y con la luna meditabunda». En esta interpretación sentimental Nicolai Karamzín es quien sufre una impresión más profunda, que aparece ya en una carta de 1793 dirigida a Ivan Dmitriev, en el poema A un pobre poeta (1796) y, sobre todo, en El caballero de nuestro tiempo (1803); el protagonista se compara a Don Quijote porque su inclinación a la lectura e impresionabilidad natural le ejercitaron el «quijotismo de la imaginación» y los peligros y la amistad heroica se convierten en sus ensueños predilectos:
- Vosotros, indolentes flemáticos, que no vivís, sino que dormís y lloráis de ganas de bostezar, sin duda nunca soñasteis así en vuestra infancia. Y vosotros tampoco, egoístas juiciosos, que no os encariñáis con los hombres, sino que os agarráis a ellos por prudencia mientras esta relación sea útil para vosotros, y, sin duda, apartáis la mano si los hombres se convierten en un obstáculo.
Ivan Turgéniev afirmó en 1860 que en ruso no existía buena traducción del Quijote, y es de lamentar que no cumpliera su reiterada promesa de traducirlo completamente, que se impuso ya en 1853 y todavía en 1877 seguía empeñado en querer hacer; el dramaturgo Nicolai Ostrovki había traducido ya los Entremeses y quería traducir algunos capítulos de la obra; el caso es que Turgénev ignoró deliberadamente la traducción de Vasili Zkovski, el maestro de Pushkin, que empezó en 1803 y que publicó en seis volúmenes entre 1804 y 1806. Se debía a que no respondía a la noción de traducción que sostenía Turgénev; pero la obra de Zkovski fue capital para el desarrollo de la prosa rusa en el XIX, puesto que fue realizada por un gran escritor, de nivel comparable al de Ludwig von Tieck, Jean-Pierre Claris de Florian o Tobías Smollet. Ofrece una interpretación psicológico-filosófica de la obra, en la que el protagonista es sin duda el Caballero de la Triste Figura. Como no sabía español, utilizó la versión francesa de Florian, que es bastante buena, pues el sobrino de Voltaire conocía bien la lengua y había estado en España y tratado con los ilustrados españoles, pero conoció también, aunque no la utilizó, la versión alemana de Tieck (1799), que ofrecía ya la interpretación romántica del personaje. Sin embargo se valió del documentado prólogo de Florian para encauzar su traducción, pues era hombre más prestigioso que el entonces advenedizo Tieck. Para empezar, omite capítulos enteros y abrevia los pasajes largos, los episodios naturalistas que no respondían al gusto de la época y las historias intercaladas que desviaban la atención; de su cosecha aporta un acento folclórico del que carecía la versión francesa y reemplaza la paremiología sachopancesca, que vierte literalmente Florian, por proverbios rusos equivalentes, y para comprender el mérito de su traducción en estos detalles basta con compararla con la de Osipov. En general, la traducción de Zkovski evita los episodios en que se minimiza al héroe y acentúa los elementos poéticos. La re-traducción de Zkovski tuvo una segunda edición en 1815, sin cambios significativos fuera de la puntuación, que es mejor que en la primera, la ortografía y la limpieza de erratas. Esta versión entusiasmó a Pushkin y fue imitada descaradamente por la de S. Chaplette, también sobre la de Florian (San Petersburgo, 1831); por entonces ya se dejaba sentir cierta preferencia por la traducción alemana de Tieck, más precisa, y se empezaba a sentir como inevitable una versión directa desde el español, que llegó en la época del Realismo, cuando se editaron las traducciones de K. P. Masalski (1838) y la de V. A. Karelin (1866); pero la vulgarización del mito en el Romanticismo vino principalmente a través de la versión de Zkovski.
Cervantes está presente en Alejandro Pushkin, Gógol, Turguéniev, Dostoievski, Léskov, Bulgákov y Nabókov, por citar solamente a algunos de los grandes.
Alexandr Pushkin tenía en su biblioteca un Quijote en español editado en París, 1835, y aprendió la lengua en 1831 y 1832 para leerlo en el original; se conservan además traducciones inversas de La Gitanilla desde su versión francesa al castellano para comparar el resultado con el original cervantino; animó además a Gógol a emprender una obra narrativa de gran aliento a la manera de Cervantes, y éste compuso Almas muertas. Turguéniev en su conferencia Hamlet y Don Quijote compara al reflexivo e irresoluto Hamlet con el irreflexivo y arrojado Don Quijote, y encuentra la nobleza en ambos caracteres. Pero el influjo en Fiódor Dostoievski fue más hondo; comenta la obra muchas veces en su epistolario y en su Diario de un escritor (1876), donde se refiere a ella como una pieza esencial en la literatura universal y como perteneciente «al conjunto de los libros que gratifican a la humanidad una vez cada cien años»; finalmente escribe:
- En todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que ésa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: «Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?», podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: «Ésta es mi conclusión sobre la vida y... ¿podríais condenarme por ella?».
Desde el punto de vista del escritor ruso, la novela es una conclusión sobre la vida. Su primera mención de la obra aparece en una carta de 1847, pero es en 1860 cuando llega a obsesionar verdaderamente al escritor; la imitó en El idiota, cuyo protagonista, el príncipe Mishkin, es tan idealista como el héroe manchego, pero, despojado de ridículo heroísmo, es en realidad el personaje final de la obra, Alonso Quijano, el bueno, y un imitador de Jesucristo; su monólogo «A la salud del sol» está claramente inspirado en el discurso sobre la Edad de Oro. Dostoievski escribió en su Diario de un escritor que «ya no se escriben libros como aquél. Veréis en Don Quijote, en cada página, revelados los más arcanos secretos del alma humana». Por otra parte, en 1877, el capítulo del Diario de un escritor «La mentira se salva con la mentira» imita deliberadamente el estilo cervantino, hasta el punto de que un episodio imaginado por Dostoievski pasó como genuino de Cervantes durante mucho tiempo.
La más famosa novela de Nikolai Leskov, Tres hombres de Dios, es una curiosa precursora del Monseñor Quijote de Graham Greene; su protagonista, el prior Saweli Tuberosov, es un idealista que alcanzada ya la cincuentena se plantea decir la verdad, y lucha con las crudas y puras circunstancias contrarias de su entorno en compañía de un Sancho, el diácolo Ajila, y de un Sansón Carrasco, Tuganov; en su inflexibilidad se hace incomprensible y a menudo ridículo ante los demás, y al fin es desprovisto de la palabra, le prohíben pronunciar más sermones e, imposibilitado para cumplir su destino al igual que el héroe cervantino, muere de pena. Pero el influjo de Cervantes se extiende incluso al tipo de hérore que presenta Leskov en casi todas sus novelas, y particularmente en Una familia en decadencia, protagonizada por un reconocible, delgado y pobre terrateniente llamado Dormidont Rogozin, al que acompaña su inseparable escudero Zinka, en compañía del cual recorre los contornos «barruntando agravios». También acusan claramente la influencia del Don Quijote sus novelas El pensador solitario y Los ingenieros desinteresados.
Aunque para Lev o León Tolstoi la novela cervantina no tuvo tanta importancia como para Turgénev, Dostoievski o Leskov, lo cierto es que es perceptible y visible su huella; en ¿Qué es el arte? declara como su novela predilecta el Don Quijote por su «conenido interior», por su «buen arte vital del mundo»; en los borradores de esta obra queda clara su intención: es una obra que expresa los más nobles sentimientos para todas las épocas, comprensibles a todos; en algunas de sus obras asume la herencia cervantina; principalmente en su novela Resurrección, donde se plantea quién está loco, el mundo o el héroe, y donde Katerina Máslova es una Aldonza que, al ser pretendida por el príncipe que la deshonró empezando su carrera de prostituta, no quiere ser la Dulcinea del héroe, en lo que hay ecos del poeta simbolista Sogolub, del que hablaremos en breve; también hay ecos de los encantamientos y del episodio de los galeotes.
Los poetas del Simbolismo ruso, sobre todo Fiódor Sogolub, experimentan la seducción por el mito de Dulcinea. Éste escribió al respecto un ensayo, El ensueño de Don Quijote, en el que afirma que al rechazar a Aldonza y aceptarla como Dulcinea, Don Quijote está realizando la pretensión final de toda poesía lírica, una hazaña más lírica que caballeresca, convertir la realidad en arte, en algo que se pueda soportar. La actitud quijotesca es un sinónimo de «noción lírica de la realidad». Esta idea de hazaña lírica se reitera en otras obras suyas, como Los demonios y los poetas y el prólogo a la pieza La victoria de la muerte, o en la obra Los rehenes de la vida. Tras aparecer la figura del loco alucinado en su novela El trasgo, el tema de Dulcinea reaparece en sus versos entre 1922 y 1924, dedicados a su mujer, Anastasiya Nicolaevna Chervotarevkaya, que se suicidó en 1921. Desde Sogolub el mito de Dulcinea pasa a otros poetas simbolistas, como Igor Severianin o Alexandr Blok; este último lo profundiza y transforma de una manera muy original en Versos a una hermosa dama.
Tras la Revolución, Mijaíl Bulgákov, uno de los escritores no tanto perseguidos como soportados por Stalin, como el mismo Boris Pasternak, y por ello con bastante suerte, ya que no era un escritor soviético, pudo subsistir al permitírsele ser ayudante de director de escena teatral y poder alimentarse mediante el alumbramiento de continuas traducciones, como Ajmátova y Pasternak; insufló la filosofía quijotesca de la lucha a pesar de la conciencia plena de la derrota, emparentable con el quijotismo de Unamuno, en su obra maestra, la novela El maestro Margarita; en los años de apogeo de la represión estalinista, en 1937, escribe en una carta que sigue componiendo teatro a pesar de que no será nunca escenificado ni publicado por mero quijotismo y hace voto de no volverlo a hacer, pero... vuelve a hacerlo, estudiando con tanta pasión la obra del «rey de los escritores españoles» que algunas de sus cartas a su tercera mujer, Elena, están escritas parcialmente en español y que, según él mismo reconoce, «asaltaba el». Su modesto quijote no desentona del entorno, es una persona normal que batalla como todas; solamente al final se contempla ser héroe al morir, cuando el propio autor ya también estaba moribundo: Quijote
- ¡Ah, Sancho!, el daño causado por su acero es insignificante. Tampoco me desfiguró el alma con sus golpes. Pero me da miedo pensar que me curó el alma y, al curarla, le retiró sin cambiarme por otro. ¡Me quitó la dádiva más preciosa de cuantas está dotado el hombre, me quitó la libertad! Sancho, el mundo está lleno de mal, pero lo peor de todo es el cautiverio! ¡Él me encadenó, Sancho! Mira: el sol está cortado por la mitad, la tierra sube y sube y lo devora. ¡La tierra se aproxima al cautivo!. ¡Me absorberá, Sancho!.
Anatol Lunacharski (1875 - 1933), hombre de letras y político ruso, primer comisario de educación y cultura tras la Revolución de Octubre (1917), protector de Meyerhold y Stanislavski, escribió algunos dramas históricos, y entre ellos un Don Quijote liberado (1923); en fin, entre todos estos cervantistas, parece la excepción Vladímir Nabókov, que en su Curso sobre El Quijote demuestra una gran incomprensión de la obra, cuya grandeza reduce solamente a la del personaje principal.
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